Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor.
Es la primera vez que Sir Winston Churchill se dirige a la nación británica en calidad de primer ministro, la intensa luz roja sobre su rostro indica que la transmisión de radio ha comenzado. Habla por primera vez a su pueblo, pero es a nosotros a quien mira. Sabe que les miente, pero a la distancia de los hechos no hace cómplices, sabemos como él que a veces una mentira es necesaria para levantar a todo un país.
¿Por dónde empezar a describir está magnífica película a cargo del director Joe Wright?
¿Por la impecable cinematografía de Bruno Delbonnel? ¿Por la imponente música de Dario Marianelli en perfecta sincronía con la historia? ¿Por el cuidado diseño de producción de Sarah Greenwood? ¿Tal vez por la impresionante actuación de Gary Oldman que se pierde completamente detrás del personaje de Winston Churchill?
Es sin duda una obra de su director, alguien que puede poner en coordinación tantos elementos y mantener el balance de la pieza sin perderse o engolosinarse acentuando uno o otro aspecto, más bien dándoles su espacio y momento a cada uno.
Wright no es un novato, y sabe que cuando una obra se sostiene en los diálogos, estos deben ser impecables y si serán emitidos por una de las voces más importantes de la política mundial, más aun.
Sin embargo el director toma una decisión arriesgada para una película en la que la guerra es el eje central, ninguna batalla se muestra a ras de tierra, las tomas aéreas dan la impresión de que las batallas suceden en mapas, lo que puntualiza la forma en que los políticos toman sus decisiones.
Además de los elementos mencionados y que convierten a esta en una película imprescindible, destaca la breve pero atinada actuación de Kristin Scott Thomas, que poco se opaca frente a la actuación de Oldman.