La La Land

La La Land

La mejor forma de homenajear a Hollywood es con una serie de clichés.

Ya en 1927 la película El Cantante de Jazz, la primera cinta comercial con con sonido sincronizado, establecería algunos de los estándares para lo que sería posteriormente el cine musical.

En ese entonces el protagonista lucha por el sueño de convertirse en un exitoso cantante de jazz contra toda norma y expectativa establecida por su entorno y sociedad.

En 2017 el éxito más sonado del momento trata sobre un músico que lucha por el sueño de convertirse en el dueño de un club nocturno dedicado a rescatar la tradición del jazz clásico contra toda norma y expectativa establecida por su entorno y sociedad.

90 años años me parecen pocos, considerando que el cine tiene un poco más de 100, para habernos cansado de explorar un arte rico de posibilidades, y en lugar de eso mejor apelar a la nostalgia.

Lo que por mucho tiempo fueron los estándares de un género, a causa de repetición, se convirtieron en lugares comunes que terminaron por desgastar la comedia musical, con algunas excepciones que surgieron de vez en cuando y que se hicieron notables por su originalidad. No es el caso de La La Land, que teniéndolo todo para ser una cinta brillante, optó por copiar uno tras otro los éxitos de una época que terminó hace décadas, desde Cantando Bajo la Lluvia hasta Vaselina, esa será la razón de su éxito, una base de fans que aman los musicales.

Sobra decir, y es más que esperado que tanto el cantante de jazz como el dueño del club nocturno cumplen sus sueños, lo que no es tan evidente es que, aunque en ambos casos el eje temático es el jazz, los protagonistas de ambas cintas son blancos ¿un detalle menor? por desgracia no, en 1927 podríamos encontrar justificación, en 2017 no podemos poner un argumento tan pobre como que los negros están destruyendo todo lo bueno que tenía la música, en especial el jazz.

Aún así la cinta y en especial su protagonista femenina, Emma Stone,  poseen un carisma particular, una especie de saborizante, que aunque sabemos que es artificial, no deja de gustarnos.

A nivel técnico los resultados son dispares, algunas escenas son monumentales, de un trabajo de precisión pocas veces visto, mientras que en otras escenas cambian sin miramiento y justificación el eje de la cámara u olvidan iluminar el rostro de los protagonistas, las canciones aunque memorables, se repiten hasta el cansancio, tal vez con la idea de que el público salga cantando.

El director Damien Chazelle parece engolosinado con su éxito después de Wiplash, pero parece olvidar que los tiempos actuales piden algo más que entretenimiento con colorantes y sin sustancia.

A pesar de todo lo anterior La La Land, no es una mala película y su éxito está más que probado ¿la razón? nada le gusta más a Hollywood que la nostalgia y por supuesto que le rindan culto a través de los lugares comunes.

 

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