Upsala es una ciudad escandinava que, como si fuera parte de un sueño, mezcla la arquitectura de una antigua ciudad con imponentes paisajes glaciares. Upsala es también la ciudad que vio nacer a Ingmar Bergman.
Alexander observa con fastidio y aburrimiento un teatro guiñol en la estancia de una gigantesca y fría mansión, sus dimensiones se hacen evidentes cuando el pequeño niño busca con insistencia a su familia. Alexander parece estar dentro de un sueño ¿y qué son los sueños sino recuerdos, impresiones de la memoria?
«Fanny y Alexander» (1982) es un recuerdo de la infancia, la interpretación que Ingmar Bergman tiene de su propia niñez bajo la figura autoritaria de un padre luterano.
No es hasta la madurez que el director puede evocar y explorar su infancia, volver al sueño.
Nadie como Bergman pudo darle esa dimensión a los sueños, decía que sólo el cine tiene la capacidad expresiva para retratarlos, fue así que sus propios sueños quedaron plasmados en su arte y después en nuestra conciencia colectiva.
En «Persona» (1966) llevó al cine al límite de la experimentación y dando por iniciada la era contemporánea del cine. Una vez más son los sueños (y pesadillas) las que funcionan como catalizador para la creación.
Sus exploraciones sobre la vida, la muerte y la existencia son evidentes desde sus primeros trabajos como «La Carreta Fantasma» (1921) y en realizaciones en las que ya había alcanzado la madurez artística como «El Séptimo Sello» (1957), pero las inquietudes y las preguntas seguían siendo las mismas.
Con «Fresas Salvajes» (1957) no sólo logró el reconocimiento internacional, también solidificó un estilo y técnica reverenciado por directores como Kubrick, influencia directa de otros como Thomas Vintenberg y pobremente imitado por algunos como Woody Allen.
La huella del director de teatro, televisión y sobre todo de cine quedará plasmada no sólo en sus casi 50 películas, también quedará en nuestros recuerdos y en especial en nuestros sueños.